"...Y allí arriba, en la soledad de la cumbre, entre los enhiestos y duros peñascos, un silencio divino, un silencio recreador..." (Miguel de Unamuno)


miércoles, 10 de diciembre de 2014

Romance de la dama de Arintero







Arintero es un pueblo del municipio de Valdelugueros, en la provincia de León.
Está situado al norte de la provincia, en la cordillera Cantábrica, a orillas del río Villarías (afluente del Curueño), a 1.320 m de altitud.

En Arintero, se sitúa la leyenda que inspiró este Romance de la dama de Arintero (grupo folk La Rueca):







Situado al norte de la Vecilla, en plena montaña leonesa, hubo un tiempo en el que los niños correteaban por sus calles y los mayores trabajaban en el campo. Fue en el último tercio del siglo XV cuando ocurrió la siguiente historia de la dama de Arintero:

Tras la muerte del rey Enrique IV en el año 1474, Castilla se quedó sin heredero. Las Cortes habían jurado como reyes a la princesa Isabel, y a su esposo, el príncipe Fernando, heredero del trono de Aragón. Algunos poderosos señores de la nobleza habían alzado pendones por la infanta doña Juana, hija del difunto rey. Se empezó a tramar una rebelión, dirigida por don Alfonso, rey de Portugal, ya que quería extender su reino con la unión de Castilla.






Con ese motivo, los mensajeros se extendieron por todos los reinos, llamando a los vasallos leales a las armas en defensa de los Reyes Católicos.

Miles de personas acudieron a esta llamada y se concentraban cerca de Benavente y, en Arintero, sus vecinos habían alzado pendones por los Reyes Católicos. Sin embargo, al Señor del lugar, el noble conde García de Arintero, que había peleado cien combates junto a Castilla, era ya mayor y no podía acudir a la batalla con sus reyes. De su matrimonio con doña Leonor sólo habían nacido siete mujeres y no tenía hijos varones. Por primera vez en siglos, ningún señor de Arintero acudiría al llamamiento de la Corte.

La angustia del padre conmovía a una de sus hijas, Juana de Arintero, la mediana, que no soportaba ver a su padre desesperado de no poder servir a sus legítimos reyes. Concibió la audaz idea de ir ella a la guerra, en defensa del honor y el nombre de su linaje. Pidió licencia a su padre para ocupar, con el nombre de Oliveros, el puesto de varón que no le había concedido el Cielo.


 «...Calle usted, mi padre, calle/ no eche, no, esa maldición/ si tiene usted siete hijas/ Jesucristo se las dio./ Cómpreme armas y caballo,/ que a la guerra me voy yo./ Cómpreme una chaquetilla/ de una tela de algodón/ para apretar los mis pechos/ al lado del corazón...»


El padre se negaba, decía que era imposible que una mujer luchara, pero, a cada objeción de él, ella respondía firmemente y le desbarataba los argumentos. Tras varios días, el conde García acabó cediendo y dio el consentimiento a su hija. Fueron dos meses de duro trabajo. Juana, la dama de Arintero, aprendió a dominar su caballo de guerra y a manejar la espada y la lanza. Se habituó al peso de la armadura y al oficio de la guerra. Tras el duro aprendizaje, del débil cuerpo de la dama surgió el noble y hábil caballero Oliveros, nombre de guerra de Juana, quien se encaminó, desde Arintero, a unirse a las filas de combate. Parecía un caballero cualquiera y nadie sospechó cuando se presentó en el campamento de Benavente. En los meses sucesivos, gracias a su manejo de la espada y a su valor y coraje, el caballero Oliveros se ganó la fama de caballero valiente. En febrero de 1475 se inició el cerco de la ciudad rebelde de Zamora y el asalto de las murallas para tomar la ciudad. A punto de terminar la jornada, varios soldados, entre los que estaba el caballero Oliveros, se apoderaron de una de las puertas principales de la muralla y consiguieron que la ciudad se rindiese.






La siguiente batalla fue en Toro, donde el rey de Portugal había reunido a un poderoso ejército. Mientras el caballero Oliveros se enfrentaba contra un soldado armado, una estocada rompió el jubón de la dama y le dejó al descubierto un pecho. Varias voces gritaron a la vez: «Hay una mujer en la guerra». El rumor se extendió y llegó a oídos del almirante de Castilla, que recibió las explicaciones de Juana, que tuvo que desvelar su verdadero nombre y las causas de su presencia en el ejército. El Rey, admirado por el valor de la Dama, no sólo la perdonó, sino que concedió a Arintero y a sus vecinos numerosos privilegios. En su regreso a Arintero, Juana, mientras hacía frente a unos traidores que querían arrebatarle sus privilegios, cayó herida mortalmente y su valerosa hazaña quedó marcada en la ciudad de León, ya que una calle lleva su nombre.
Hay quien canta su valerosa muerte y no faltan los que dicen que escapó y posteriormente contrajo matrimonio con un noble asturiano. Lo que si es cierto, es que cumplió su misión a la perfección y ello lo atestiguan varios escudos localizados en los pueblos de Boñar, Valdecastillo, La Cándana, Cerecedo de Boñar, y el propio Arintero, con la siguiente inscripción:







«Si quieres saber quién es/ este valiente guerrero/ quitad las armas y veréis/ ser la Dama de Arintero».
Conoced los de Arintero
vuestra Dama tan hermosa
pues que como caballero
con su Rey fue valerosa. 


Un personaje de leyenda, que el escritor y médico leonés, Antonio Martínez Llamas, en su novela La dama de Arintero,  presentó pruebas incuestionables de que la heroína leonesa existió en realidad. Un cuadro y un pergamino adosado al dorso, fechados en el siglo XVII, dan fe de que Juana García, la dama de Arintero, combatió disfrazada de hombre junto a las tropas leales a Isabel la Católica.
Su biografía era demasiado espectacular como para ser ficticia.


Como dice don Maximiliano G. Flórez en su libro «La Montaña de los Argüellos»- «hay un hecho cierto e indiscutible. En Arintero existieron esos privilegios desde tiempo inmemorial, hasta los años de nuestros abuelos».






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